El sueño de un plan colectivo
¿Para qué has venido a este mundo?
¿Por qué razón te levantas de la cama cada mañana?
Tuve un sueño intenso que luego no pude recordar, aunque mientras abría los ojos supe algo, como quien sabe que el sol se pondrá y volverá a salir: es necesario, es vital para el funcionamiento colectivo hacernos la pregunta por el propósito.
¿Qué sentido tiene, cuál es tu rol en el juego de la vida? ¿Ser padre o madre? ¿Te basta con eso? ¿Ganar mucho dinero? ¿Pasarte horas viendo pelotudeces en Instagram? ¿Mentir en Linkedin diciendo que puedes ayudar de tal o cual forma si te pagan, pero en rigor te importa menos ayudar que ganar dinero? ¿Ir todos los días a un trabajo que no te agrada, o que nada tiene que ver contigo, pero que te da la posibilidad de pagar el alquiler, comer y tener muchas horas para hacer scrolling en Instagram o tik tok o en la red social de moda? ¿Tomarte la consabida copa en el bar de abajo y escuchar siempre, una y otra vez, los mismos comentarios de las mismas personas?
¿En qué momento nos atascamos? ¿Qué está sucediendo con nosotros que hasta no hace mucho tiempo atrás nos sumergíamos a las profundidades para conocer, para saber, y ahora nos apetece solo rapiñar las superficies y que no nos jodan con nada que nos haga pensar demasiado? ¿Quién domina nuestra atención?
¿Para qué has venido a este mundo que ya está repleto de personas que no pueden responder a esta pregunta?
Antes, con ser cínicos alcanzaba, ahora ya no.
¿Qué sentido tiene tu existencia en este basto océano de mentes que pujan por dinero, status y reconocimiento?
¿Dónde quedaron las preguntas correctas?
Cada día que pasa el ser humano es vencido por una pereza corrosiva que lo va destruyendo minuciosamente. Hay algunos que sacan provecho de esta circunstancia. Aquellos que producen algoritmos para idiotizar a la gente, para darles esa felicidad de pacotilla, son un ejemplo.
Lo viral, que en teoría significaría que algo es visto por muchas personas y por lo tanto digno de reconocimiento positivo, se ha convertido en la insignia de la idiotez. Si te presentan algo como viral, no lo mires, huye, corres el riesgo de ser pescado en la red de los idiotas. No necesitas ser reconocido, simplemente necesitas un propósito, un plan.
Tener un propósito, un objetivo a cumplir, algo que nos mantenga activos, meditativos, que nos saque de ese YO falso que piensa que todo es personal, que el mundo gira a tu alrededor; tener una misión en esta vida, lo sé, lo vi, es una de las soluciones a todos los males que nos aquejan, a todos.
El camino de la dicha es buscar la meta, es la búsqueda, sin importar si es humilde o grandilocuente. ¿Tener un huerto, un espacio de naturaleza dentro de tu ciudad o poder tocar con destreza una pieza clásica en el piano? Da igual.
Ya puedes incluso ocupar tus horas laborales con algo que te gusta poco o que no tiene mucho que ver contigo, pero si luego subyace en tu vida otro propósito, ese “otro” se convierte en lo verdaderamente esencial de su existencia. ¡Hace falta tan poco como tomar la decisión!
(En algún momento, hablaremos de civilizaciones antiguas que entendieron esto hace miles de años y que, por algún motivo, sus enseñanzas, sus filosofías, se perdieron en detrimento de otras que nos terminaron de domesticar).
No necesitamos estadísticas para comprender que la gran mayoría de las personas no pueden responder la pregunta inicial. Hay una cantidad ingente de individuos que se desplazan por inercia y la misma pregunta carece de sentido para ellos; al fin y al cabo, nadie les preguntó si querían nacer, como nadie les preguntó si les apetecía o no tener tal o cual nombre.
Si la gran mayoría no sabe para qué vino a este mundo, está claro que será fácil distraernos con lo que sea. Cualquier cosa que nos aparte de la pregunta por el propósito nos viene de perlas. (Luego admiramos a aquellas personas que lo tienen tan claro, que tuvieron la valentía de hacerse la pregunta con honestidad y accionar en consecuencia).
Para colmo, en la domesticación temprana, o sea, en la educación, nadie nos prepara para la pregunta por el propósito; al contrario, es ahí cuando empiezan a evidenciar las primeras formas de pereza: profesores, sistema mismo, que segrega de distintas formas a aquellos y aquellas que no se amoldan y que son estigmatizados automáticamente cuando se podría profundizar y ahondar por dónde se los puede seducir para encontrar en qué son buenos o buenas, cómo acercarlos a lo que les gusta en la vida.
Desde temprano, el sistema toma el camino más fácil, siempre.
Alguien me responderá: este mundo está hecho para los que sí saben lo que quieren, para los que tienen el valor de saberlo, los demás son obreros que no deben pensar demasiado, solo trabajar para las diversas reinas. Mentira, este mundo está hecho para todos, para todas, y únicamente funcionará si funciona para todos; es una dimensión más de la existencia, y sin embargo es un infierno para muchos, cuando debería ser un paraíso. Supongo que el sueño que nunca recordaré, la epifanía, se trata de eso: podríamos vivir en un paraíso. El planeta en sí mismo siempre lo fue.
Pues, la verdad es que no tenemos ningún problema de espacio, ni somos tan complejos para comprar la idea de que no podemos organizarnos de otra forma. Todos y todas tenemos un cerebro que puede pensar, un cuerpo con el cual logramos hacer cosas y un determinado tiempo en esta vida. No importa, tampoco, el sistema que hallamos elegido para desarrollarnos como sociedad (siempre tenemos posibilidades de cambio).
Uno de los mejores profesores de música que tuve (y uno de los grandes saxofonistas de Latinoamérica) me contó una vez su historia.
Vivía con su madre en una villa miseria de un país de sud américa. Bendita meritocracia. Si te toca nacer en la parte chunga, en el lado feo de la ciudad, estás irremediablemente condenado, tu vida no vale nada desde el minuto cero. Pues a este músico le tocó la lotería negra y nació en el peor lugar de la ciudad. Su padre, creo recordar, era un borracho maltratador que por suerte desapareció pronto. La madre, humilde, con poca educación, pero lista, cuando él empezaba la adolescencia, fue hasta la delegación municipal del barrio en busca de unas clases de guitarra gratis para los vecinos. Ya se juntaba con chicos más grandes que andaban trapichando drogas y cosas por el estilo y supuso, con buen tino, que darle un propósito a su hijo, en este caso a través de la música, lo sacaría de la insipiente delincuencia, lo sacaría del rol que irremediablemente tenía por haber nacido donde nació. Pero cuando llegó a la Delegación le dijeron que ya no había cupos para clases de guitarra. Habían ido los dos juntos, me cuenta él, y cuando se estaban yendo, ya en la calle, la chica de la secretaría les grita algo que no escuchan bien. A medio camino (la chica había corrido hacia ellos) les dice que hay una vacante en clases de saxofón. Y eso qué es, preguntan los dos. La chica les hace pasar nuevamente y llama al profesor. “Jamás voy a olvidar la primera vez que vi ese saxo, colgado del cuello de aquel hombre”, me dijo mi maestro. “Brillaba, era de oro y lo primero que pensé fue, cómo hago para robarlo y venderlo… es de oro”. En seguida dijo que sí y a su madre le extrañó, pero bueno, ya fuera la guitarra, el trombón o el saxo, la idea era sacarlo de las calles.
Su objetivo, de ahora en más, era buscar la posibilidad, el momento adecuado para robar el instrumento de “oro”. Entonces estudió bien el escenario: al principio debía asistir a la sala de la municipalidad durante cierto tiempo, luego, se podría llevar el instrumento a la casa, pero debían pasar muchas clases, tener cierto dominio del instrumento y la disciplina o lenguaje musical. Bien, pensó él, tendré que pasar por un proceso determinado para hacerme con él. Entonces fue cada semana a la cede del municipio en su barrio y comenzó a tomar clases de ese instrumento de valioso aspecto. Y lo que sucedió es que cada vez le fue gustando más, cada vez salía menos con los aspirantes a mafiosos y se obsesionaba más por la música. Descubrió que tenía cierta facilidad y llegó un punto en el que contaba las horas, los minutos, para asistir a la clase. En su fuero interno continuaba maquinando el plan para hacerse con el saxo y venderlo. El día esperado llegó, ya tenía la madurez musical como para llevarse el instrumento a casa y practicar. Se juró y perjuró que lo iba a vender, pero cada vez que lo tenía en sus manos, en el precario cuarto de su casa, se decía que la próxima lo vendía. Así durante meses, hasta que asumió que la música era su propósito, no la calle, no las drogas, no el alcohol y el trapicheo para el mafioso de turno. “Me salió la oportunidad de ir de gira a Europa con un proyecto de Jazz”, un famoso ensamble que congregaba justamente a chicos pobres y los educaba en el lenguaje de Jazz lo habían elegido como solista porque ya apuntaba maneras de crack. “Y lo terminé robando”, dijo entre risas “porque para la gira era necesario llevar tu propio instrumento y yo no tenía… pero luego lo devolví… digamos que me lo llevé sin permiso unos cuantos meses”. Más tarde supo de sus antiguos amigos de la villa: casi todos muertos o entre rejas. Él, en cambio, es un tremendo maestro, compositor e instrumentista de jazz, de lo mejor de Latinoamérica. El azar y una madre inteligente lo llevaron por el camino de su propósito.
Tu propósito
Por qué
Al parecer, cuando tenemos un plan, una misión, hay algo entre nosotros y el Universo (o Dios, o como quieras llamarlo). Ese algo es nuestra conciencia intentando encontrar sentido a la existencia. Somos domesticados en una moral, en diferentes creencias que nos vienen impuestas. Sin embargo, hay una necesidad de ser, de servir, de estar en esta existencia haciendo algo que nos justifique. Entonces se produce una sinergia, una comunión con el Universo que en él camino nos enseña a ser dichosos. No importa el tamaño del plan, o si vas por la vida cumpliendo pequeños objetivos. Lo importante es estar haciendo algo, algo con el tiempo, con tu mente, con tu cuerpo. Eso somos, para eso estamos aquí. Es normal ver adolescentes desapasionados, sin objetivos, un poco perdidos. Lo que no debería ser normal es escuchar a alguien en su madurez que va por la vida sin saber qué hacer con ella. Y ya no sirve hacernos los tontos y pasar de puntillas.
Si nos vendieron el buzón del Progreso, progresemos. Porque es absurdo que todo tiempo pasado haya sido mejor.
Estamos en la era de la idiotez, perdiendo un tiempo precioso. Porque la verdad es que nos vamos a morir y en cien años ni siquiera nuestros descendientes sabrán quiénes fuimos. Entonces el tiempo no existe, solo el ahora, y lo dejamos pasar entre algoritmos e inteligencias superficiales. Es ahora, nunca es mañana ni ayer. Es ahora, siempre es ahora y tal vez sea eso lo que tengan los propósitos, mantenernos en un limbo de creatividad y meditación en el que no somos nada, pero a la vez somos lo único. El músico que repite escalas, que repite mil veces ese pasaje de Rachmaninoff para que le salga medianamente fluido (justamente Sergei tenía unas manos colosalmente grandes y sus composiciones son las más difíciles de tocar a nivel técnico), digo, para acercarse a la magia de las composiciones, es necesario desaparecer, no tener entidad, diluirse entre las notas, entre corcheas y silencios, aprender tanto para luego desaprender y fluir. Humanos. Dios está en los intersticios, en el proceso de aprendizaje o el intento de dominar cualquier disciplina. Cuando llegamos a la meta Dios ya se fue, el Universo nos vuelve a tentar y si somos medianamente inteligentes buscamos otros objetivos, otro propósito, como Sísifo con la roca y la cuesta.
Es ahora y que ningún algoritmo de los cojones venga a decirte quién eres y lo que debes hacer, búscalo, que la pereza no te venza porque siempre hay algo ahí esperándote, eso es lo grandioso de vivir. Siempre hay una tarea, para todos. Eso es lo humano. Estamos atascados en la idiotez, se puede salir, claro que sí. Lo supe, lo vi en sueños que no recuerdo ni voy a recordar jamás; yo Ezequiel, el anti-profeta.
Continuará…